El foco

De todos los destinos finales que un hombre podría haber imaginado, éste debía ser el mejor. Al llegar aquí la gran mayoría entraba un trance que hacía que todo lo que le preocupaba, lo que era, lo que cargaba en sus hombros, se viera distante, como a través de un telescopio.
Un hombre normal tendría que estar loco para pensar en regresar al lugar de donde venía, donde estaba el frío, los problemas, la enfermedad y el dolor. Pero Rodrigo no era un hombre normal.
A Rodrigo algo lo molestaba, sin saber exactamente qué, pero sabía que algo estaba mal allá atrás. Así que, se levantó y se dirigió a donde estaba el GUARDIÁN.
Acercarse al GUARDIÁN era toda una experiencia, pues tenía un brillo tan intenso que no podía verse de frente, y tenía una temperatura que hacía que uno se sintiera como un día de Abril si eras de los que gustaban de la Primavera, o que sintieras fría lluvia en tu nuca si te gustaba el pálido Noviembre. Entrecerrando los ojos, Rodrigo le dijo:
-Quiero regresar.
El GUARDIÁN le respondió con su voz de bronce y oro, como un coro de catedral:
-De todos los que se han ido, ni uno ha encontrado el camino de regreso.
-Necesito ir.
Y dicho esto, sin esperar más respuesta, juntó todas sus fuerzas, y saltó de regreso.
Lo que Rodrigo no sabía es que al regresar, llegas sin cuerpo. Te conviertes en una corriente inesperada del viento, en un sueño de madrugada, en una canción que suena de repente y que a alguien le hace pensar en tí. Estando de vuelta, no es posible comunicarte o hacerte ver, y si llegaras a hacerlo, te temen, huyen, y si pueden, te alejan con rezos y rituales. Y te llaman muchos nombres. Uno de ellos es Fantasma.
Rodrigo aterrizó en un pequeño departamento. Una radio AM deslizaba en el aire la canción IN DREAMS, de Roy Orbinson, y sin entender, se llenó de nostalgia y se le infló el corazón de estar ahí. Mientras avanzaba como flotando, sin tocar el piso, vió un refrigerador y una pequeña mesa y una botella de whisky casi vacía. Alrededor había algunos papeles que decían “COBRANZA URGENTE”. Siguió deslizándose, sintiéndose como una bola de luz. Después vió un colchón en el piso, un cigarro humeando, y al final una figura. Era una chica de espaldas, con un tatuaje en la espalda y el pelo desaliñado. Y a Rodrigo, esa figura, su sollozo, y todo lo que ella era, lo hizo retroceder, apabullado por una explosión de recuerdos y emociones. Rodrigo se hizo para atrás, y aunque no tenía cuerpo, topó con la mesa, y casi hizo que la botella se cayera. Ella volteó. Y entonces, él lo recordó todo.
Ella era María, su hija.
Rodrigo había vivido hasta después que María cumplió 16, y aunque sus últimos días habían sido como un trance, el último recuerdo que tenía de ella era de su mirada con miedo, en un cuarto silencioso, mientras el estaba rodeado de tubos y plásticos que le inyectaban químicos que lo mantenían con vida. Recordaba también haber visto sus propias manos como las de un esqueleto.
Y cuando apenas Rodrigo, la presencia que no debía estar ahí, se llenaba de recuerdos que iban desde escuchar el latido de corazón de María en el vientre de su mamá, hasta la risa de ella en su baile de quince años, María en su departamento, sacó una pistola, y se apuntó a sí misma.
Rodrigo se estremeció, y aunque ella no podía oírlo, un foco al final del cuarto se fundió con una pequeña chispa. Ella volteó a ver el foco, y empezó a llorar. Saltó la pistola, la dejó a un lado, y volvió a dar una calada al cigarro, antes de recostarse de nuevo.
Al día siguiente María despertó, y se dió cuenta de que por primera vez en diez años, había soñado con Rodrigo, su papá. Durante toda la mañana ella tuvo una sensación que la envolvió y la reconfortó.
Y sin saber cuál sería el resultado esta vez, una vez más, María salió a buscar trabajo.
A intentar recomponer las cosas.
Y Rodrigo se encontró de repente en un lugar indefinido, flotando. Y entonces, recordó las palabras del GUARDIÁN:
-De todos los que se han ido, ni uno ha encontrado el camino de regreso.
Rodrigo sonrió.
No importaba nada de eso.
María tiene una nueva oportunidad.